domingo, 21 de febrero de 2010

La insoportable gravedad del ser

A Georges Perec (de vuelta)
Vienen de los esfuerzos sobrehumanos
y va a la canción, y van al beso
M. Hernández
I

Mirabas la rama tierna y verde del helecho de mi comedor
ignorando su nombre, todo de ella
y una planta no es como un perro
ante quien no puedes permanecer neutro
una planta no te pide nada
podrías pasarte toda la vida mirándola - te calma -
sin agotarte.
Lo único que podrás será querer ser tú mismo el árbol.

II
Has observado tu reflejo hasta perderte el sentido
has jugado hasta la extenuación con las piezas y tus cosas
hasta dejar de alimentarte.
Pero al final, no estás muerto, ni eres más sabio.

III
No has aprendido nada, salvo que la soledad no enseña nada
La indiferencia es inútil. Puedes querer o no querer, ¡qué más da! Jugar o no
                                                                                                           / jugar …
Yo seguiré estando ahí
como esa pared sin la cual el cuadro carece de sentido
como esa pared que quisiste olvidar colocando un cuadro
es imposible convertirse en árbol y  pretender transcurrir sin esperar nada
sin deseo
incluso tu silencio no para de hablar
y por más que huyas
no eres aquel sobre el que la historia no tiene peso
el que no sentía caer la lluvia, el que no veía llegar la noche.

Tienes miedo, esperas. Esperas, en la place Clichy, a que la lluvia deje de caer.


domingo, 14 de febrero de 2010

... y menos mal





Me he pasado el tiempo corriendo
y resulta que no puedes estar sino Aquí.

Aquí puede saber mucho de qué van las cosas
Aquí si hace falta las inventa cuando pintan mal
Aquí tiene un prefrontal de marca alemana
a prueba de iconos consagrados
Aquí tiene bastones, almohadas, abuelas,
y canta
Aquí hace Pilates, toma piña y mucha agua.

Pero en cuanto la calina comienza a subir
o los grados Celsius en negativo
y no deja de llover
no veo el momento de levantarme
y perderme en la ficción de no poder nada, y al contrario
cuando suben en positivo y sobrepasan los veinte
no veo el momento de irme a la calle
y perderme en la ficción de poderlo todo.

Soy un perro de Pavlov, un sistema binario
pura conductividad eléctrica
fluidos maleables por efecto del entorno
que suben y bajan y se alteran y hierven y cambian de estado
                                                         /en el perfil del facebook
y se evaporan
y se condensan y vuelven a caerte encima...
solo porque llueve
solo porque no llueve
solo porque hace viento

porque no andamos solos.


miércoles, 10 de febrero de 2010

Alicante y los Crow. Oda al rellano de escalera y los anuncios de televisión




                                                En ese lugar neutro que es de todos y de nadie...
                                                                                                              G. Perec


Hay quien no le acaba por coger el punto a esta ciudad. Prefieren lugares que se muestran sin preguntar como mamás que adulan sin recibir nada a cambio y la lectura de grandes titulares. Muestran una pasión supina por los envoltorios de regalo, las marcas, y las referencias confirmadas por la crítica. Tienen  unas decenas de mitos a los que siguen con adoración, y por supuesto, son carne de cañón de la Industria Cultural y en ellos se confirman las teorías conductistas, hipodérmicas, mecanicistas, de los 50, que reducen la persona a una reacción estímulo-respuesta, a una masa amorfa y maleable. Realmente, este perfil podría catalogarse homogéneamente sin remilgos. Forman una turba de especímenes fácilmente identificables. Podría hacerse una lista con todos sus nombres: Javier, Manuel, Antonio… Añaden del y -Díe de pega a sus anodinos apellidos, que no existen como tal por tanto, pero así son: completamente ficticios... Como digo, se les detecta a primera vista, entre otras cosas, porque siempre, inexcusablemente, ellos mismos (suelen ser mayoritariamente masculinos) se presentan bajo un epígrafe con el que tratan de alcanzar un poder que les falta. Llamémosles Crow, ¿por qué? no sé, por poner algo, así sin profundizar, como ellos entienden las cosas.
Lo semejante se atrae, dice el pensamiento Zen, por eso en esta ciudad sin letreros de neón, Los Crow se envenenan en el rencor de gordito del patio o hijo de perdedor que jamás superaron y sueñan con quemarnos a todos a lo Carrie.  No soportan nuestra vulgaridad, nuestra pusilanimidad, nuestra realidad, como no toleran la suya, y la esconden agresivamente. Sólo admiten papel de marca, copias con registro, resultados, y colas de horas punta, aunque haya que esperar. Cualquier cosa que les haga parecer más de lo que son.
Y es que Alicante no es así. Es ciudad de transeúntes. Da paso a todo lo que se confirma sin confirmar. Un lugar sin puertas, ni te las abre, ni te las cierra, lo que tiene un encanto postmoderno muy singular. Los Crow, la tachan de suburbial, pero los barrios de periferia suelen tener más guetos y reglas aún que las ciudades más densas y conservadoras. Aquí, no sabemos si por pescadora, costera, por sus coordenadas geográficas, o por su mar amable, que todo goza de ligereza, de una falta de severidad, inmune al dogma. Ni tradición, ni fiestas de guardar con la vehemencia de otros lares. Todo está aquí de paso y lo primero el pasado, todo está por llegar, en esta ciudad rellano de escalera. Sobras inclasificables y demás tabúes tienen aquí un sitio. Alicante es la ventana, el escape de estancias casposas, rígidas y demasiado ordenadas, o atestadas sin más. Alicante es el anuncio de televisión, que comenzó siendo para otra cosa, y ahora posee un lugar propio, intermedio, pero tan propio como la habitación de Virginia, sin el cual estamos abocados a tomar el film tan en serio como su autor, sin el cual perdemos la oportunidad del liberador zapping. El anuncio de TV es el respeto por el tránsito, por lo que está en proceso y todavía no ofrece resultados clasificables. Es la tolerancia. El anuncio de TV es la libertad … ¡quién se lo iba a decir a los eruditos de Frankfurt!


Alicante, bajando del Maigmó



domingo, 7 de febrero de 2010

Semáforos verdes como farolillos de feria

A veces huyo de mí y veo pasar semáforos verdes como farolillos de feria. No digiero, y  emprendo el viaje de me gustaría irme,  y todo lugar es llegar a no perder la alegría, asiéndola con los dientes. Hago, y actúo, y mantengo la compostura, y si hace falta me paro a digerir porque soy responsable, todo por no desaparecerme. El caso es que siempre acabo pidiendo mucho más a lo que hago. Digo de mantener la alegría y acabo exigiendo que me salve, y cada segundo está hinchado de la ansiedad de salvarme la vida. No me basta con vivir, sin más, no me basta. Emprendo viajes en busca de boyas y otros artilugios de flotación, y todo nuevo impulso se reduce a eso, toda energía. Y el caso es también que hace tiempo se que ningún segundo en el mundo es capaz de salvarme. Esa falta soy yo y jamás podré expiarla, ni aunque corra hasta ver pasar  los semáforos verdes como farolillos de feria. Aunque vuele. Lo se, pero ni siquiera esa consciencia me basta para vivir sin más, para dejar de dedicar cada segundo de mi vida a salvarme de la muerte. Y  veo desde arriba el círculo que forma todo lo que hago, y a cada vuelta del tiovivo fantaseo con la idea de ver caras diferentes, pero esa consciencia está también subida y no es suficiente, y cada intento por salir de él, advierto al cabo que es una nueva vuelta. Ilusión y desencanto, el péndulo se mueve, desencanto e ilusión. Un movimiento de  dinamo que enciende mi vida. Que la enciende ¿para qué? Para encenderla sin más. Un mulo ciego empujando la rueda de un molino. Para acabar viviendo sin más. No bastarme nunca, como aliento para hacerlo sin más.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Un sueño encantador

Ayer soñé con un chico encantador, no es que me guste mucho esa palabra, encantador, pero vamos el chico sí, aunque quizá eso fuera la clave de todo. Un tipo loco con bata blanca y cara de Peter Ustinov en Nerón saca una pistola Mac (así son los sueños... era una pistola blanca, Apple desing, enchufe adaptable... ) y le dispara. Parecía que la cosa iba de broma, por lo ridículo del asunto, pero el tiro le incrusta al chico encantador una franja de píldoras (blancas, también) en el pecho, de arriba a abajo, y lo veo retorcerse de dolor  hasta que cae muerto. Entonces lo queman tipo Wok, salteado, le tuestan piel y lo dejan doradito, le quitan las extremidades y convierten su cuerpo en una pieza idéntica a la del jamón York que pido fileteado cuando voy al súper, recubierto y todo de film transparente, para que quede claro que ahora sólo es una cosa. En sólo unas décimas de segundo, una pieza de carne cocida y embutida que antes fue mi chico encantador.

... y luego no puedo con Tarantino.