lunes, 30 de agosto de 2010

Luna llena de final de verano

24 de agosto de 2010, el sol está bajando, y aquí, en este paseo de Tibi donde estamos sentadas, vemos oscurecerse las montañas a través de los nuevos edificios construidos absurdamente, tapando las vistas. Pero las vemos. El aire nos refresca del calor de infarto que ha caído estos días allá abajo en la costa. Y cuando comienzan los primeros compases de I want love de Elton John a través de los auriculares, no puedo ser más feliz.  No hemos encontrado disponible el hotel rural que buscábamos. Se nos olvidó el cable del portátil y la cámara digital. No hemos viajado a Egipto ni a Venecia. Tampoco he logrado salvar las contradicciones que me apartan de mi última obsesión, una casa en el campo. Y sólo tenemos un día hasta que ella se vaya. Ha sido un verano torpe, sin victoria alguna que narrar. Un cierto color malva se desprende del contorno de la sierra. Los árboles quietos me miran y aquí sentadas en este balcón idiota, como el Edipo de Sófocles, tengo que decir que A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien.
La luna llena ha brotado de golpe como una pompa de jabón sobre el cruce entre montañas… y parece un milagro.


Tibi, luna llena 24 de agosto


miércoles, 18 de agosto de 2010

El fin de los cuentos de hadas: In the Cut (Jane Campión, 2003)




Fotograma de In the cut, 2003

In the Cut -2003, mal traducida al castellano como En carne viva- es una coproducción entre Australia, Estados Unidos e Inglaterra, dirigida por, la neozelandesa Jane Campion. Basada en la novela erótica que llegó a convertirse en best seller de  Susanne Moore con el mismo nombre, está producida por Laurie Parker y Nicole Kidman. No pasa desapercibido, para empezar, la altísima participación de mujeres en la elaboración del filme: texto original, guión cinematográfico, dirección, producción, y por supuesto, protagonismo dramático.
Meg Ryan hace el papel de Frannie, una Meg Ryan en su primer papel tras su escandalosa separación, haciendo una interpretación muy inusual en ella, curiosamente Nicolekidmanizada -actriz fetiche, y gran amiga de la directora, para quien seguramente iría dirigido este papel en principio-. Y es que Jane Campion repite en todas sus historias un perfil de mujer-protagonista muy similar, en el que se retrata a sí misma como es usual en otros directores-autores, el perfil de una mujer inteligente, sensible pero distante –y recordamos a la Kidman haciendo de musa de Guido en Nine (2009), rebelándose a la idealización en que la mantiene atrapada Fellini-. Una mujer contenida, como forma de prudencia o incluso de rebeldía, frente a un entorno que poco tiene que ver con su verdadera naturaleza. Esta es la gran tragedia que Campion dibuja en todas sus películas: mujeres silenciosas que intentan recobrar su voz sin ser castigadas por Barba Azul – cuento al que alude en este filme y también en El Piano-, aludiendo a su propio camino como autora en general, y más concretamente a su irrupción en el ámbito cinematográfico dominado por hombres especialmente cuando ella empieza.
Jane Campion, que ya con su primer cortometraje ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes en el 86 -Peel, un jercicio de disciplina-, lo que repetiría con el largo El Piano (1993) -siendo la primera mujer y la única, por ahora, en conseguir este galardón-, abrió en el cine un camino nuevo, una mirada femenina muy consciente de su posición en la realidad social a la que se abría,  que reivindica un espacio propio en la expresión de la dificultad que la voz sutil y delicada de lo creativo-femenino encuentra cuando intenta sobrevivir en un entorno que le es adverso. Todo ello, en tramas que beben de David Linch, su director  de cine favorito, que mezclan lo delicado con el terror, como en los tradicionales cuentos de hadas, usuales refencias también en sus producciones, con un giro, por supuesto, totalmente distinto, premeditadamente postmoderno, pero no ahogado en el desencanto sin propuesta.
Otras películas de la directora son Sweetie (1989), An Angel at My Table (Un angel en mi mesa),1990; El piano (The Piano) 1993; Retrato de una dama (The Portrait of a Lady) 1996; Holy Smoke (Humo sagrado), 1999; y Bright Star, sin estrenar… en España.
En concreto, la genialidad de Inthe Cut radica en haber introducido la sensibilidad y el trato poético al que esta directora nos tiene acostumbrados dentro de un formato completamente opuesto, entre el thriller, el género policiaco  -ambientada en el Bronx de Nueva York-, y  el cine erótico, es decir, nada que ver con el perfil romántico, o de época de sus películas más conocidas como El piano o Retrato de una dama. Y sin embargo, la Campion, no deja de decir lo mismo que en sus películas anteriores, pero, en este caso, la directora y su elenco de colaboradoras parecen decididas a contarlo controlando el nivel metacomunicativo de la ficción, desde un lenguaje mucho más agresivo, lo que me parece un acierto que admiro. Es como si se hubieran dicho: Vamos a contar cómo sentimos nosotras pero de manera que ellos también puedan entendernos, en un formato atractivo para el género masculino -y perdón por la generalización, ya sé que los roles están cambiando (Pola Oloixarac, Las teorías Salvajes, 2010…), pero Campion es de otra generación…-.
La historia parte de un sentimiento de desconfianza hacia la vida en general y hacia el amor en concreto, y muestra el proceso o camino de salida al aprender a proteger lo delicado del horror, del lobo, de manera constructiva, no poniendo barreras a la experiencia, sino aprendiendo a usar las armas necesarias para cuidarse del peligro -el detective Malloy (Mark RuffaloMi vida sin mí, y Olvídate de mí) enseña a disparar a Franie,  lo que será decisivo en la resolución de la trama-.
Este sentimiento trágico, del que gusta beber a Campion,  reluce en una bella escena entre las dos mujeres –la que muere y la que sobrevive-, en que la escéptica Frannie recita a su hermana, la espontánea e irracional Pauline -Jennifer Jason Leigh-, unos versos del poeta inglés del romanticismo, Samuel Taylor Coleridge:
Triste, enamorado, enfermo en el alma, y desocupado corazón humano
cansado,
venera el espíritu de la vida inconsciente del árbol o la flor silvestre
… loca entrañable…

-       ¿Esa soy yo? ¿una loca entrañable?, concluye Pauline,
 mientras se oye de fondo la letra de una canción -traduc. del inglés-: no quiero esperar en vano el amor real


Presentación para Cine Club Golfa del miembro 16, el día 16, del 6 del 10. Película 200… ;)
Ver el original en blog de Cine Club Golfa 



martes, 3 de agosto de 2010

Más allá de la pasión y la distancia

Robert Kinmont


En lo próximo todo parece lo mismo,
bajo la luz de la Madre.
De mí se ven facciones sencillas,
niveles cálidos, analógicos,
que me unen,
sólo una parte de mí
que es igual a todos,
la que vive en el espontáneo y cercano Ahora.

Pero yo huí de ahí una vez
cuando el mando abandonó su puesto
y Edipo no encontró límites.
Porque allí muchas cosas se confunden también
en las sombras de sus paredes.
Huí del no es para tanto y la fe en la oxitocina,
del long baiser, même qui mente!
de la complacencia en lo incosciente.

Me distancié en la razón
que pone orden y clasifica
en la Idea que juzgó a Protágoras.
Me refugié en la isla.
Al abrigo donde no hay calor
y todo suena a metálico
podía dibujarme digital y simplificada.
Escrutando y ordenando la pasión,
no me difuminaba en la demanda
no me disolvía en lo líquido
no me derretía de calor.
Y comencé mis primeros pasos en dos dimensiones
los primeros trazos sobre el papel
las primeras representaciones.

Desde la ficción -ese gran espejo sobre mí-
pude alumbrar mi estado en el Laberinto
y encontrar el camino de vuelta a casa.
Desde la abstracción, pude separarme y valorar,
nombrar la noche en que me llevaste desnuda al mar
y evitar que se perdiera sin nombre en el limbo
habiendo dado la luz más blanca.
Pude reconocerme
y sentirme imprescindible,
desapuntalarme, echar a andar
más completa a dos piernas,
sondear el mundo.

Hasta llegar a aislarme en un cielo de /definiciones.

Y entonces echar de menos la felicidad, el juego,
la estabilidad de lo próximo, de la pertenencia a /la tribu
que me ampara de la sobreestimulación en la /megalópolis,
de la neurosis insaciable.
Porque en la Cueva no distinguí a los fantasmas,
pero aquí fuera…
Fuera hay demasiada claridad
y estoy completamente ciega.

Bajo la luz de la Luna
cuando Saturno se ha ido
y el Tiempo no corre
el momento más sublime es como la arena que se /escapa entre mis dedos
algo en lo que te detienes brevemente
como ante un escaparate bonito,
sin trascendencia,
completamente prescindible.
Mi cuerpo pierde importancia y ando a envenenarlo /con otro cigarro más.
Los días corren sin progreso
encaramados a un tiovivo.

Bajo el sol arrasador
cuando el Viejo corta la cabeza a Selene
y el Tiempo corre muy deprisa,
mis palabras pierden su gracia,
y por mucho que tú y yo seamos magníficos
siempre podríamos ser mejores.
Sin amor, nunca somos suficientes.
Ese progreso, que ahora sé nunca se da por defecto,
y el Titanic del capitalismo prepotente
pueden colapsarse
cuando lo cercano deja de ser atendido.
También en este extremo me difumino,
pierdo gravidez y significado.

De mi depende ahora la unión de los /irreconciliables.
Ilusión y desencanto
arcaismo y modernidad
líquido y digital,
rizoma y árbol,
tomarte en serio y jugar.
Todas las palabras se escriben ahora con P de /puente.
Con 2 de integración, el milagroso y delicadísimo /recién nacido postmoderno.