domingo, 3 de abril de 2011

La levedad trágica, o el delicado y milagroso hilo de la unión

Comentarios sobre Chesil Beach de Ian McEwan (2008) y El Anillo de Moebius de Julio Cortázar (1980).

M. Lucie. Wendy, cóseme la sombra, please...

Chesil Beach, también llamada Chesil Bank, es un tómbolo, un accidente geográfico compuesto por sedimentos que el mar ha arrastrado hasta formar una lengua de 29 km. de arena y cantos rodados que protege la costa uniendo Pórtland con Dorset al sur de Inglaterra. Un puente natural creado por el arrimo del mar a la tierra y que une una isla con otra. En su obra, Ian McEwan lleva a cabo el exquisito análisis de una pareja de recién casados en su luna de miel, ahondando en sus historias personales, su origen y evolución como pareja. Dos islas, dos mundos distintos que se atraen, como los sedimentos  son arrastrados por las corrientes marinas hasta el día en que, en el marco geográfico de esta playa inglesa, impelidos de forma brusca frente a frente, se muestran incapaces de llevar a cabo su unión, la conexión entre sus oposiciones. 

Todo esto se perderá en el tiempo como lágrimas en la lluvia, decía el replicante  antes de morir en Blade Runner (1982) tras su intento fallido por sobrevivir. El intento fallido que la historia de Ian McEwan nos despliega, dejando a cada uno de los protagonistas perdidos en el tiempo, como vacas sin cencerro que diría Almodóbar,  como fantasmes que diría Lacan, como ficciones, como unicornios de origami de Blade Runner, desconectados al fin, sin puente, ni Chesil Beach. Profunda, triste y elegante, la historia de esta novela en la que es fácil encontrase reflejado.

Y es que no hay manera fácil de llegar a forjar una conexión, que no es sino La Conexión que todo ser humano anhela para sentirse vivo y real, que la de transitar por la superficie del Anillo de Moebius que nos describe Julio Cortázar en su cuento. Transitar por Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo, esa manera de estar entre, no por encima o detrás sino entre Transitar en el sentido de un arrimo a lo que ya no se ordena como dios manda, acceso entre dos ocupaciones instaladas en el nicho de sus horas…, dice Cortázar tratando de explicarse poéticamente en Prosa del Observatorio (1971), allí donde el escritor argentino encuentra el impulso creativo, la conciliación entre opuestos, forma y fondo, medio y mensaje que decía McLuhan, ficción y realidad, muerte y vida, espíritu y materia, razón e inconsciencia, Oliverio y La Maga.
En el anillo que A. F. Moebius no llegó a describir hasta el s. XIX ,  los dos lados de una misma superficie se encuentran comunicados, de modo que para pasar de un lado a otro no hay que cruzar borde alguno. Así, este diseño simboliza la unión, el fluir  infinitamente continuo, como ningún otro objeto u anillo.

También en el cuento de Cortázar, como en el Chesil Beach de McEwan, dos opuestos se encuentran, dos contrarios que representan la falta del uno en el otro, y que en ello ya evidencian, una necesidad recíproca sin cuestión. También como en aquel, la situación de partida aparece objetivamente irreconciliable. Demasiada presión, demasiada premura, violencia que descompone e imposibilita cualquier comunicación, que mata las posibilidades.

Podría haber quedado en una muerte más, en una pérdida infructuosa, inútil, una muerte en vano, como también ocurre en la anterior novela y parece que fijación de McEwan llevada al cine, Expiación (2007), en la que a pesar de ofrecer un pseudo arreglo a través de la ficción, no deja de exudar un duelo inconsolable. Pero Cortázar, que es Maga y Oliverio juntos, ve en este encuentro desafortunado entre opuestos, una oportunidad para sacarlo todo de allí y contar  lo que es creativo en sí a partir de este caso aparentemente imposible y demostrar, que incluso de él, es posible crear un puente, es posible crear en fin, apasionadamente. Dotando a los polos encontrados de la comunicación que los separa, creando la continuidad entre ellos al invocar otro nivel de conciencia que carece de los límites de la superficie. Una profundidad más elevada. Un subterráneo celestial y transcendente. Y en eso, la cita de Lispector (¡qué grande, Clarice!) en la introducción al cuento: Imposible explicarlo. Se iba apartando de aquella zona donde las cosas tienen forma fija y aristas, donde todo tiene un nombre sólido e inmutable. Cada vez ahondaba más en la región líquida, quieta e insondable.

Morir al tú superficial e ignorante y nacer al tú-otro que es un tú más real. Morir, sin lugar a dudas. Y la bailarina Natalie Portman muriendo blanca, tras lograr la conexión sublime, perfecta, naciendo a su Cisne Negro.  Despertando al otro en ti, donde antes anduvo durmiente y en eso era deseo imposible, proyectado y devastador, despertando a un deseo esta vez real. Y Abraxas siendo dios y diablo a la vez, y Sinclair al fin siendo a la vez su ansiado Demian, y así pasar de un estado cubo, de reglas, límites definidos o circunstanciales, propios de la vida en la superficie que los difiere, hasta llegar a un estado ola, o estado anguila, o estado cisne negro, o señal de Caín, en que los que eran dos se dan la mano y el deseo fluye en paz ya como uno, sin continente, trascendido lo físico, lo efímero del ser.

Chesil Beach