domingo, 24 de diciembre de 2017

Caldo de Navidad




Estoy haciendo el caldo de Navidad,
del dios Saturno y el ocaso del año.
Hermanada por fin con lo que no puedo,
encauzada en lo que sí.
Le he puesto una cantidad muy medida del amigo que me ama
y a quien no correspondo,
ciertas gotas apenas de su aroma incondicional
que me sigue
a donde quiera que voy y que haga.

Añadí los tuétanos de la cría que cuidé veinte años en soledad,
de su sabor insondable
a entrañas y fondos antiguos;
un hilo de almizcle añejo y sangre
de la madre que no tuve;
y la frescura de un buen puñado de amigos
con los que canto al atardecer.

Le he puesto entero un corazón
guardado hasta ahora silenciosamente
Para que hierva y se deshaga a fuego lento.
Para que encuentre en tu cuerpo al comerlo 
el lugar al que pertenece.



Lugar de E.



martes, 14 de noviembre de 2017

La Gravedad y la Gracia




Todos los movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad física. La única excepción la constituye la gracia.
¿Por qué en cuanto un ser humano da muestras de tener alguna o mucha necesidad de otro, éste se aleja? Gravedad.


Salvo que intervenga lo sobrenatural, Siempre hay que esperar que las cosas sucedan conforme a la gravedad.  

Simone Weil (1947)


La importancia de lo insignificante

ANA KONJOVIC


'Puede ser sin título' (Wisława Szymborska)

Ocurre que estoy sentada bajo un árbol,
a la orilla del río,
en una mañana soleada.
Es un suceso banal
que no pasará a la historia.
No son batallas ni pactos
cuyas causas se investigan,
ni ningún tiranicidio digno de ser recordado.
      
Y sin embargo estoy sentada junto al río, es un hecho.
Y puesto que estoy aquí,
tengo que haber venido de algún lado
y antes
haber estado en muchos otros sitios,
exactamente igual que los descubridores
antes de subir a cubierta.
      
El instante más fugaz también tiene su pasado,
su viernes antes del sábado,
su mayo antes de junio.
Y son tan reales sus horizontes
como los de los prismáticos de los estrategas.
      
El árbol es un álamo que hace mucho echó raíces.
El río es el Raba, que fluye desde hace siglos.
No fue ayer cuando el sendero
se formó entre los arbustos.
El viento, para disipar las nubes
antes tuvo que traerlas.
      
Y aunque no sucede nada en los alrededores,
el mundo no es más pobre en sus detalles,
ni está peor justificado ni menos definido
que en la época de las grandes migraciones.
      
No sólo a las conjuras acompaña el silencio.
Ni sólo a los monarcas un séquito de causas.
Y pueden ser redondos no sólo los aniversarios,
sino también las piedras solemnes de la orilla.
      
Complejo y denso es el bordado de las circunstancias.
Tejido de hormigas en la hierba.
Hierba cosida a la tierra.
Diseño de olas en el que se enhebra un tallo.
      
Por alguna causa yo estoy aquí y miro.
Sobre mi cabeza una mariposa blanca aletea en el aire
con unas alas que son solamente suyas,
y una sombra sobrevuela mis manos,
no otra, no la de cualquiera, sino su propia sombra.
      
Ante una visión así, siempre me abandona la certeza
de que lo importante
es más importante que lo insignificante.
      

Del poemario "Fin y principio" (1993), versión de Gerardo Posada.



lunes, 30 de octubre de 2017

La urgencia

“No intento recordar las cosas que ocurren en los libros. Lo único que le pido a un libro es que me inspire energía, valor, que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar.  Que me recuerde la urgencia de actuar”.  (‘Léolo’, Jean-Claude Lauzon, 1992)





jueves, 12 de octubre de 2017

Lo real

Hoy he vuelto al lugar de la fantasía.
Cada rincón emana esa luz,
esa vida
que creó mi idea de ti.

Tan real


martes, 5 de septiembre de 2017

Antonio Lucas: poema



                                        FUERA DE SITIO
  

                            Imagina que el tiempo sólo es lo que amas:

                            unas pocas palabras, unos seres exactos,

                            unas horas muy lisas, una playa (quizá)

                            donde el daño no acecha.



                            Imagina la vida como no lo es ahora,

                            no quiero decir como algo perfecto,

                            sino un resplandor, cierto abril de muy lejos,

                            un tributo al azar sin otro destino

                            que el confín fugitivo de un eco sin rostro.                      

                            Y después cualquier cosa.



                            Con qué precisión va la edad hilvanando el espino.

                            Y qué extraña la urgencia de ir en pie hasta la ola,

                            celebrar lentamente que aniquile mi huella,

                            mi escritura de hombre, mi certeza de surco,

                            ser la alta misión de lo que nunca concluye

                            como no cierra el mar su recado en la orilla.



                            Pero no es estar quieto la razón ni la meta,

                            sino un querer más pequeño, una conquista más clara:

                            ver la vida llegar de su noche a tu noche

                            en un cuerpo ajeno,

                            pronunciar su silencio,

                            abrazar su alambrada,

                            desear su vacío,

                            delirar sin camino, sin mapa, sin fuego,

                            hasta el tiempo sin tiempo

                            del país que no haremos.




                             (Antonio Lucas, del libro ‘Los desengaños’)


martes, 4 de julio de 2017

La Furia


'El verano sin hombres' (Siri Hustvedt, 2011)


Padre/sistema y furia acumulada como reacción a la violencia estructural= 'Lady Macbeth' (Oldroyd, 2016)



Lady Tormenta

jueves, 27 de abril de 2017

Como un copo de fuego blanco bifurcado

Creo en un misterio superior, que no deja que deshojen la flor. Y si tú estás en Escocia, y yo en las Midlands, y no puedo rodearte con mis brazos, ni envolverte con mis piernas, al menos tengo algo tuyo. Mi alma vuela contigo en la pequeña llama de Pentecostés, como en la paz del coito. Nosotros hemos engendrado esa llama con el coito. Incluso las flores son engendradas mediante el coito del sol con la tierra. Pero es un ser delicado y necesita paciencia y una larga pausa.
Así que ahora me encanta la castidad, porque es la paz que sobreviene después del coito. Amo la castidad. La amo como los copos de nieve aman la nieve. Amo esta castidad, que es una pausa de paz en nuestro coito, que surge entre nosotros dos, ahora, como un copo de fuego blanco bifurcado. Y cuando llegue la verdadera primavera, cuando llegue el momento del encuentro, entonces engendraremos con nuestro coito la pequeña llama brillante y amarilla, brillante. Pero ahora, ¡aun no! Ahora es el momento de ser casto; es muy bueno ser casto, es como un río de agua fresca en mi alma. Amo la castidad ahora que mana entre nosotros. Es como agua fresca y lluvia. No entiendo cómo quieren los hombres flirtear cansinamente. Qué miseria, ser como Don Juan, impotente siempre para fornicar en paz, con esa pequeña llama encendida; impotente e incapaz de ser casto en los frescos intervalos, como en un río.
Bien, digo tantas palabras porque no puedo tocarte. Si pudiese dormir rodeándote con mis brazos, la tinta se quedaría en el tintero. Podríamos ser castos juntos, del mismo modo que fornicamos juntos. Pero tenemos que estar separados durante este tiempo, y supongo que es lo más prudente, sólo para estar seguros. [...]
Ahora no puedo dejar de escribirte.
Pero gran parte de nuestro ser está unido, y podemos seguir luchando por ello, y enderezar nuestros rumbos para encontrarnos pronto. John Thomas da las buenas noches a lady Jane, con la cabeza un tanto gacha, pero el corazón lleno de esperanza.

(Últimas líneas que D. H. Lawrence escribía a principios de 1928 de El amante de Lady Chatterley)

jueves, 20 de abril de 2017

Run



Para Amanda, que corrió.
“Y le pedimos al amor —que, siendo deseo, es hambre de comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer— que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y muerte, tiempo y eternidad, pacten”. (Octavio paz. El laberinto de la soledad)

Ella corre. Lleva el corazón en la boca y un sabor que es mezcla de temor y deseo. Ha empezado a sonar el crescendo vertiginoso de Run (Einaudi), dentro y fuera de ella (como ocurre siempre). Y como siempre, digo, también está presente ese miedo que fricciona su deseo para que no descanse tranquilo y para que así, también, escuche atentamente cada latido de su galope. "Estoy aquí", le dice el corazón bramando de hambre, "¿me escuchas?"
“El miedo nos protege”, dice él. Y claro. Pero hay muchos tipos de miedo (según lo que protejan). El suyo no la conduce dentro del cinturón laxo en el que descansan los niños cuidados. No es la excusa del que se esconde para no sufrir, callada y plana, como la calma budista o la mesura del epicúreo. El suyo grita, es brillante y agitado. Corre. Brota en cada salto crucial y en la expectación de lo imprevisible, de aquello que promete romper la historia.
Es éste (puede verse, puede oírse) un miedo más complejo, que te protege de algo más elevado que el sufrimiento, de algo mucho más peligroso. Es un miedo capaz de unir los opuestos, que transita por una banda de Moebius, como la materia, como el relato completo de una vida. La urgencia de no perder ni un minuto de estar con él. Es la urgencia de un hambre silenciada, despreciada por un mundo sordo a sí mismo.
No es el miedo que lleva a una carrera atolondrada y torpe. Ese que es presagio de  lo inoportuno, de la desconexión, del golpe o la caída. Junto a él también corre un torrente de alegría, una intensa fuerza concentrada que jamás encuentra obstáculo. Cada pisada, cada cruce de calles, cada vuelta de esquina, se encuentran perfectamente alineadas, como puertas que se abren solas a su paso. La invitación a que atraviese la vida con su impulso, revelando, al hacerlo, un nueva marca, una nueva verdad en la constelación del universo. Sí, hay prisa, sí. De salvarse, de salvar el mundo.
Una vez, justo cuando ella aprendía a amar, conoció la pérdida de no llegar a tiempo. El dolor de los instantes no vividos como zarpazos de una bestia sobre su cuerpo. Le dijeron: “ha tenido un accidente y está en coma” y poco más tarde murió, como un pajarito herido, el día de Navidad (ese día con ridículo nombre de nacimiento que anuncia el crepúsculo del año y de mi vida). Ella  había creído tener todo el tiempo del mundo por delante. Toda la vida por delante. Pero ahora pasa a diario por el cruce que le recuerda todo el tiempo del mundo que nunca volverá a tener por delante. Pasa cada día por el vórtice de su mayor miedo, de la urgencia y la lección. Y en el punto del choque brutal que cercenó al menos cuatro vidas más, hay ahora una rotonda con una gran fuente a la entrada del pueblo hacia la que miran una gasolinera y un Pizza Hut.
Toda la memoria de los pueblos yace enterrada bajo la quietud y la mesura de su asfalto, de sus tontas rotondas, de la cínica sonrisa de sus gasolineras y sus Pizza Huts. Como esa calma abotargada, ese silencio sordo y desquiciado en el que todo se detiene antes de la grandiosa tormenta. El dolor se esconde con vergüenza, como si fuera un pecado, el nuevo pecado de las sociedades sin dios. Y las calles y las plazas llevan el nombre de personajes que ni siquiera las transitaron o de flores o países, como si no hubiera otra cosa que recordar, como el loco sonsonete que se canturrea para aguantar un enfado, para olvidarse de sí y de todo. “Aquí yace aquel pajarito que esperabas y se rompió”, debería poner el letrero. Pero no. Nunca dice la verdad.
Así que ella ahora corre, como si se le fuera la vida en ello. Porque ese pudor con el que se cubren hoy todas las heridas, ese que cubre su herida, es tan oprimente, tan ofensivo, que es necesario dedicar la vida entera a luchar por él. A darle sentido. Aunque al llegar, esta vez él no haya desaparecido y pegue junto al suyo su corazón jadeante y sonría complacido como uno se ríe del énfasis de un niño. Porque si ella no corriera, si amansara su deseo, si dejara de sentir esa alegría brillante y ese miedo friccionándola, entonces, él dejaría de ver sus mejillas encendidas cuando le abre la puerta de su casa, y dejaría de oír su corazón como un trueno cuando la abraza y la consuela por fin como a un niño desolado. Y entonces todo sería normal y no habría nada que mereciera esa urgencia. Y los muertos no habrían servido para nada. Y, entonces, los vivos tampoco servirían para nada.


martes, 18 de abril de 2017

domingo, 2 de abril de 2017

¿Cuándo volvemos?


Por supuesto no era consciente de que al destino nunca llegamos, mientras que el origen  sí queda, por siempre, atrás. […] Tendría que haberle preguntado cuándo volvemos. Sí, ¿cuándo volvemos? […] Porque se puede echar de menos lo que aún no se ha ido. […] Desde el barco se puede creer que no se avanza, pero desde la proa que rompe el agua, cómo negar que cada segundo pasa y queda atrás. Porque tomar consciencia es, en muchas ocasiones, echar de menos desde ese mismo instante. […] Tomar conciencia: flotar, dejar de nadar, hacerse el muerto, descansar mirando al cielo inconmensurable mientras nos mecen las aguas, tan profundas que ni en un millón de vidas podremos explorar. Escribir. […] Echo de menos lo que nunca fue y lo que no será, y por eso estoy vivo. Echo de menos para agradecer.

                                      Manuel Astur, Seré un anciano hermoso en un gran país.



miércoles, 22 de marzo de 2017

El Futuro, la floración y Cieza.


Floración en Cieza by Fernando Galindo
La floración. Colores rosas que atiborran las redes, alguien que sube a un globo para contemplarla como un hito histórico que cierra el ciclo de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Ediciones y grupos de fotografía, carteles con ramos impostados en los comercios. “Me encanta la vida”, me escribe un amigo de allí. Les encanta la vida a los ciezanos, el disfrute, las habicas tiernas, los tomates con sabor a río, a tierra dulce de acequia árabe, las patatas asadas con ajo, los caracoles chupaeros. El pueblo que más cerveza consume de España, los santos bailando en la Esquina del Convento vestidos por  artistas anónimos que se quedaron para eso y los anderos que comulgan en bandada por los bares tras dejar a sus novias en casa. La Floración. Y los atardeceres que se extienden sobre kilómetros y kilómetros de  mantos corales, fusias, malvas y perlados, que recortan las palmeras de la casa de Las Delicias. Esa que me mira siempre, mientras la brisa de la vega corre entre nosotras y empapa de olor a barro y caña el seco sopor de las tardes de interior.
Cieza-primavera, Cieza-renace. Ata los cabos de sus mástiles con acierto a aquello que en ella nunca pasará, con la tenacidad que patea a diario las faldas de su Atalaya, con la exaltación con la que se come un ciruela madura a media mañana. Hasta el hueso. Y espera a que el viento la empuje.
La vie en rose, el optimismo de siempre. Pero no. Hay una tristeza nueva nacida en la humedad del tiempo de resaca, del hundimiento. Jóvenes rotos que ya no irán a trabajar al campo ni a los andamios, ni a las tiendas de Murcia, ni a las andas de los tronos santos, porque saben demasiado. Llevan acumulando miradas omniscientes ¿más de una década? Son los testigos de nuestros errores y nuestras vergüenzas. Austera y silenciosamente, han ido tejiendo una red de verdades poderosas y oscuras que elevan una octava la belleza del paisaje al que he estado acostumbrada, ¿podéis verlos? Ya no son pintores ni deportistas. Ya no opositan a cátedras. Se han hecho poetas. Comulgan con la música de las aguas de este río siempre nuevo, con los rincones escondidos, con las sombras lapidarias bajo el último rayo crepuscular, con la bruma, los violáceos y verdes botella de los parajes sin tránsito. Y el futuro pende de ellos. La explosión de otra Cieza más verdadera. La que no olvida. La que crece con sus caídas, con el silencio de los inviernos claustrofóbicos sin nada que hacer, sin lugar a donde ir, con el leve aroma a lumbre de las casas bajas en la cruda noche castellana, con el desaliento de los menos visibles, de los que no se reconocen en las costumbres enquistadas, ni en los hábitos fáciles y su huida hacia delante, ni en la depravación de los que pretenden poseerlo todo menos su alma. La floración siempre estalla en invierno.




Floración en Cieza by Ruido Lejano