sábado, 22 de mayo de 2010

Descubierta


Ayer me pasó dos veces, imposible pasarlo por alto. Luna y yo dormíamos bajo el sol en el césped del parque donde nos echamos después de comer y una voz de madre me despertó, ¡dejad a las chicas que están durmiendo! Levanté la cabeza y allí estaban: tres niñas pequeñas mirándonos a coro en silencio. Algo más tarde volvió a pasar. En la sala de profesores de mi centro surgió de repente una niña de la habitación contigua donde hablaban compañeras de trabajo. Tampoco tenía más de tres años. Se acercó a coger una pieza de algo que había junto a mí sin dejar de mirarme. Igual que en la ocasión anterior, saludé, sonreí, solté alguna de esas tonterías que suelen decirse, como ¿de dónde ha salido esta niña tan bonita? y eso, y ella, como las niñas del parque, no dijo nada. Siguió mirándome, seria e intrigada. Salió, y luego, en un descuido, la descubrí apoyada en el quicio de la puerta observándome de nuevo.

No hay nada qué hacer. No hay nada que la mirada de una niña pequeña no deje al descubierto. No queda dónde esconderse. Ha dejado manifiesto que realmente debe haber algo ahí donde miraban, pero ¿qué?


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