martes, 30 de noviembre de 2010

La cosa. Poemas de otoño.


En la planitud gris del atiborrado activismo de color
el silencio resplandece.
Como el entusiasmo en un capricornio
y la luna llena en la noche negra
negra.

En la levedad del jardín de infancia
donde juegan los escépticos,
el viejo que en la distancia dice ver
es el arrogante.
Y el que primero se pronuncia
en el patio domesticado,
como en el apólogo de los prisioneros,
el que consigue salvarse.

Por eso cuando en la precaria luz de tu casa
enciendes a Zenet en su Yo un día te quise siempre,
el agua lo inunda todo
y mis ojos lloran deslumbrados.

Tengo la tristeza de la voz desoída
que duerme en el acuífero del cabezo.
Mi sombra merodea perdida
en la caverna hueca
que sólo devuelve el eco de mi voz.

Tantas veces fui invocada en sueños
o me brindaste tus recuerdos
antes de tenerme…
después de perderme…
pero nunca yo.

En el silencio átono del enjambre de reflejos que es mi cueva,
cada vez que me nombras,
el estruendo lo inunda todo
y la luz
llena de agua los cauces hambrientos de todos los ríos.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Ay… araña, te agitas… Poemas de otoño.


Ryan McGinley


A veces siento morir
que es peor que morir.
A veces refloto a la deriva, inconsciente.
Y a veces yo, el barco y mi destino
seremos uno
y tendremos la fuerza de la corriente de aire que avanza por un pasillo hasta la puerta abierta de par en par.

Mientras, llevo el barco
que, a su vez, conduce el barco,
que empuja a aquel
que es
el que realmente deseo,
… y que pierdo de vista a menudo,
como se pierde la felicidad en la ciudad del éxito
atestada de la cuestión escaparate.

Ay… araña,
te agitas…

Mas voy acercándome al deseo
por entre las grietas de la losa,
a veces demasiado pesada para moverme
a veces demasiado ligera para moverme.
entre sus fallas y sus fallos,
con el temor de que en cualquier momento
el delicado hilo que mantiene mi gracia de heroína
pueda romperse,
sólo porque ella se descubra sóla al alba
en mitad del frío campo de rugbi.

Muchas veces
he sentido el aroma del lobo en el interior de mi casa
y me he replegado aterrorizada
visionando la huída.
Pero medito.
Expongo la herida al concierto de palabras
que me exoneren.
Pongo carne a la entrada de la cueva
y grito para azuzarlo.
Pero no sale nadie. Bien.
Él también se contiene,
como las huestes de la débil democracia en la que vivo,
cuidándonos todos del horror.

Y en este fino punto intermedio
tejo
una vida de rellanos de escalera,
en que las grandes salas están copadas,
y como la araña me agito,
pero, de noche, en el barro, soy bella.