martes, 30 de noviembre de 2010

La cosa. Poemas de otoño.


En la planitud gris del atiborrado activismo de color
el silencio resplandece.
Como el entusiasmo en un capricornio
y la luna llena en la noche negra
negra.

En la levedad del jardín de infancia
donde juegan los escépticos,
el viejo que en la distancia dice ver
es el arrogante.
Y el que primero se pronuncia
en el patio domesticado,
como en el apólogo de los prisioneros,
el que consigue salvarse.

Por eso cuando en la precaria luz de tu casa
enciendes a Zenet en su Yo un día te quise siempre,
el agua lo inunda todo
y mis ojos lloran deslumbrados.

Tengo la tristeza de la voz desoída
que duerme en el acuífero del cabezo.
Mi sombra merodea perdida
en la caverna hueca
que sólo devuelve el eco de mi voz.

Tantas veces fui invocada en sueños
o me brindaste tus recuerdos
antes de tenerme…
después de perderme…
pero nunca yo.

En el silencio átono del enjambre de reflejos que es mi cueva,
cada vez que me nombras,
el estruendo lo inunda todo
y la luz
llena de agua los cauces hambrientos de todos los ríos.

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