jueves, 27 de abril de 2017

Como un copo de fuego blanco bifurcado

Creo en un misterio superior, que no deja que deshojen la flor. Y si tú estás en Escocia, y yo en las Midlands, y no puedo rodearte con mis brazos, ni envolverte con mis piernas, al menos tengo algo tuyo. Mi alma vuela contigo en la pequeña llama de Pentecostés, como en la paz del coito. Nosotros hemos engendrado esa llama con el coito. Incluso las flores son engendradas mediante el coito del sol con la tierra. Pero es un ser delicado y necesita paciencia y una larga pausa.
Así que ahora me encanta la castidad, porque es la paz que sobreviene después del coito. Amo la castidad. La amo como los copos de nieve aman la nieve. Amo esta castidad, que es una pausa de paz en nuestro coito, que surge entre nosotros dos, ahora, como un copo de fuego blanco bifurcado. Y cuando llegue la verdadera primavera, cuando llegue el momento del encuentro, entonces engendraremos con nuestro coito la pequeña llama brillante y amarilla, brillante. Pero ahora, ¡aun no! Ahora es el momento de ser casto; es muy bueno ser casto, es como un río de agua fresca en mi alma. Amo la castidad ahora que mana entre nosotros. Es como agua fresca y lluvia. No entiendo cómo quieren los hombres flirtear cansinamente. Qué miseria, ser como Don Juan, impotente siempre para fornicar en paz, con esa pequeña llama encendida; impotente e incapaz de ser casto en los frescos intervalos, como en un río.
Bien, digo tantas palabras porque no puedo tocarte. Si pudiese dormir rodeándote con mis brazos, la tinta se quedaría en el tintero. Podríamos ser castos juntos, del mismo modo que fornicamos juntos. Pero tenemos que estar separados durante este tiempo, y supongo que es lo más prudente, sólo para estar seguros. [...]
Ahora no puedo dejar de escribirte.
Pero gran parte de nuestro ser está unido, y podemos seguir luchando por ello, y enderezar nuestros rumbos para encontrarnos pronto. John Thomas da las buenas noches a lady Jane, con la cabeza un tanto gacha, pero el corazón lleno de esperanza.

(Últimas líneas que D. H. Lawrence escribía a principios de 1928 de El amante de Lady Chatterley)

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